La Copa Perú 2015, que había caminado muy bien de la mano de
su nuevo formato, se desvirtuó en los últimos días a partir de una orgía de
reclamos de última hora. Más allá de la desagradable anécdota, la situación es
reflejo de un cáncer que aqueja al fútbol peruano: la cultura de buscar en mesa
lo que no puede conseguirse en la cancha.
En Primera División, seis equipos acaban de presentar un
pedido insólito: que se suspenda la baja programada para tres clubes en esta
temporada y que solo descienda uno, con el teórico fin de que el
Descentralizado 2016 cuente con dieciocho equipos. En realidad, la solicitud es
desagradablemente convenida: la formulan, sin vergüenza ni empacho, los mismos
equipos que están en riesgo de perder la categoría.
En Segunda División, un equipo que ya perdió la categoría,
Atlético Minero, ha formulado otro pedido insólito: que se haga una
interpretación auténtica de las bases para determinar que el descenso de San
Simón -cuya participación en el certamen fue suspendida por deudas- no fue solo administrativo, sino también
deportivo. En función a eso, el cuadro de Casapalca pretende rehuir la baja a
la que está condenado.
En la Copa Perú, los últimos días han sido penosos: la
hemorragia de reclamos en mesa desvirtuó lo que ha sido un muy buen torneo,
reñido y competitivo. Pero como es notorio, y sin ánimo alguno de justificar la
vergonzosa situación presentada, no es una enfermedad aislada: forma parte de
todo un sistema que padece un vicio terrible. La pésima costumbre de querer
jugar en mesa partidos adicionales a los que se disputan en la cancha.
El problema de fondo
DeChalaca decidió este año aceptar la invitación de
Matchvision, empresa internacional que recibió el encargo de la Federación
Peruana de Fútbol (FPF) para reorganizar el sistema de la Copa Perú, para
acompañarla en la aventura de volver al "fútbol macho" un certamen
más atractivo y competitivo. Creemos que, sin duda alguna, esta meta se ha
conseguido: el nuevo formato de torneo ha permitido mantener el interés vivo en
las diversas regiones semana a semana y, al estar todos los equipos
entremezclados en una Tabla Única, la última jornada de la primera fase de la
Etapa Nacional fue apasionante y de pleno suspenso en la definición de los
clasificados.
Sin embargo, las idas y vueltas a partir de los fallos de la
Comisión de Justicia (CJ) de la FPF entre el lunes 19 y el miércoles 21
generaron un pésimo ambiente en torno del certamen. La Tabla Única se alteró y,
de golpe, algunos clubes quedaron eliminados y, en algunos casos, luego
restituidos. Confusión y desmadre a la orden del día: un zafarrancho para
cualquier aficionado promedio que quiera tener clara la información sobre el
futuro de su equipo. La consecuencia ha sido una ola de, más que críticas,
ataques y comentarios despectivos hacia el torneo.
Ciertamente, y aun cuando la mayoría de los reclamos hayan
sido muy de última hora, la CJ-FPF ha fallado en estos casos de manera
extemporánea e inoportuna. Pero reducir a ella el problema sería torpe,
mezquino y sobre todo, muy ciego. El problema de que haya tantos reclamos es,
justamente, que esos reclamos existan: que existan tantos clubes dispuestos a
ganar en mesa a toda costa -y a todo costo-. Que exista, más que la creencia,
la convicción generalizada de que los partidos, después de jugados en la
cancha, se siguen disputando sobre la mesa.
Pero la cadena es más larga. Si los clubes actúan así, es
porque tienen el respaldo o la presión de hinchas dispuestos a aceptar -y a
empujar- que sus equipos muevan mar, cielo y tierra para hacer todas las
gestiones que sean necesarias a fin de asegurar un resultado a favor. Basta
hacer un paseo por redes sociales para encontrar muchísimos aficionados que
celebran, con tanto o más entusiasmo que los goles de los fines de semana, los
fallos a favor del lunes por la noche.
Y que generalmente son los hinchas que,
cuando los fallos más bien los perjudican, acusan a quienes los emiten y a
todos los demás de corruptos, comechados y demás perlas. Algo así como la muy
peruana costumbre de vivir quejándose de las malas costumbres de la Policía
pero, a la primera luz roja que se atraviesa, acabar echando mano a la
billetera para solucionar el problema.
Sin duda, el fútbol no va a solucionar problemas que
incorporan un trasfondo social complejo. Sí puede, no obstante, hacer lo que
esté a su alcance para que esas taras culturales le salpiquen lo menos posible.
Para comenzar, partir por comprender que el cáncer del fútbol peruano no es un
dirigente específico, uno o varios clubes con nombre propio o un torneo
puntual; la enfermedad terminal que aqueja a este balompié que lleva más de
tres décadas sin ir a mundiales es la maldita cultura del reclamo.
Del papeleo
y de la tinterillada. Que se deriva de la preeminencia en el sistema
futbolístico peruano de dirigentes más dedicados a labores abogadiles que
empresariales.
Si este último fue, justamente, el principal cambio
producido con el último enroque de cabezas en la FPF (un empresario, Edwin
Oviedo, ingresó en reemplazo de un abogado, Manuel Burga), pues sería un gran
acierto político para la nueva administración liderar una campaña orientada a
desterrar el reclamo como recurso en el fútbol peruano. Convertir al triunfo en
mesa en algo vergonzante e indigno, y acotarlo a situaciones absolutamente
extraordinarias.
Las ideas de forma
Por supuesto, el anterior será un trabajo que tome años.
Pero como para DeChalaca no existe tarea más compleja que aquella que no se
comienza, y como también es parte de nuestra misión no formular críticas al
viento sin formular sugerencias concretas de política, a continuación
compartimos algunas ideas que creemos podrían aplicarse para desterrar esta
tara del fútbol peruano.
HACER UN PROCESO ORDENADO DE DIGITALIZACIÓN Y MONITOREO DE
DATOS. La FPF daría un paso adelante con una mayor actuación de oficio a nivel
nacional, para lo cual requiere el respaldo de un sistema moderno y profesional
de soporte de información.
Con eso podría prevenirse la ocurrencia de
irregularidades como la alineación de un futbolista de manera indebida, pues el
sistema podría recibir en tiempo real las planillas de los partidos (no se
necesita equipamiento ultrasofisticado, pues es algo que puede hacerse desde
cualquier celular común hoy) y detectar a partir del Registro Único del
Futbolista qué jugador, por suspensiones vigentes o restricciones normativas,
está impedido de alinear en determinado partido.
También podría bloquear
automáticamente alineaciones que estén incumpliendo con una determinada cuota,
como las de oriundos o Sub-20. Todo esto llevaría a una mejor cultura de
prevención: una que no se limite a detectar y sancionar los problemas, sino a
impedir que se presenten.
ENCARECER EL COSTO DE LOS RECLAMOS. Actualmente, ingresar un
reclamo al sistema de justicia deportiva del Perú es muy barato: el derecho a
formularlo asciende a solo 500 soles. Este costo podría ser muchísmo más
elevado de forma de desalentar la presentación de reclamos y ceñirlos a
aquellos casos en los que realmente exista sustento.
Se podrá decir que con
esto se otorgaría mejores posibilidades a equipos con mejor respaldo económico;
pero esto sería poco relevante si se cuenta con un sistema como el
anteriormente descrito que prevenga la ocurrencia de problemas pues se
promovería la actuación de oficio como parte de las funciones de cualquier
comisario. Con reclamos más caros, habrá menos reclamos innecesarios.
ESTANDARIZAR LAS MODIFICACIONES DE TABLAS AL MOMENTO
POSTERIOR AL FALLO DE SEGUNDA INSTANCIA. Nos guste o no, en el Perú la
administración de justicia -no solo la deportiva, sino a todo nivel- se ejecuta
en doble instancia: a diferencia de otros países, en el derecho peruano siempre
existe la opción de apelar el fallo originalmente dado. Lo que las entidades
futbolísticas (FPF, ADFP y demás) pueden hacer en este sentido es adoptar una
política universal que impida la modificación oficial de tablas hasta que la
segunda instancia se agote, así sea porque no se materialice la apelación. De
este modo, se confundirá menos a los aficionados y se presionará más a las
Comisiones de Justicia a fallar rápido.
ESTABLECER UNA FECHA LÍMITE PARA FALLOS. Nunca debería volver
a ocurrir que una fecha final se dispute con fallos pendientes; todos deberían
resolverse, por norma, antes de que ella se juegue. Para esto, por supuesto,
deberá existir una fecha límite aun más acotada para la presentación de
reclamos. ¿Y si la irregularidad se comete en la fecha final, preguntará algún
tinterillero? Pues que su solución se limite, por reglamento, a sanciones de
oficio.
Las ideas están. Allí y a la espera de la voluntad política
de aplicarlas. DeChalaca, por lo pronto, invita a su gran legión de lectores a
sumarse a esta campaña abierta en contra de la cultura del reclamo y a formular
nuevas ideas para combatir este mal endémico.
(EL DIRECTOR)
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